Crítica de "Harry Potter y el misterio del principe": Entretenimiento a gran escala

A esta altura, es difícil darle autonomía al relato obviando las películas anteriores. Si la nueva entrega será más disfrutada por quienes vieron los otros films, es porque en Harry Potter y el misterio del príncipe (2009) las elipsis y –fundamentalmente- la empatía con los personajes protagónicos resultan herramientas muy bien trabajadas. Los personajes han crecido y reclaman otro tipo de humor que los responsables del film han sabido interpretar. 

En la escuela de magia de Hogwarts las cosas se ponen cada vez más turbias. En un ambiente teñido de un soberbio gris, Harry y sus amigos Ron y Hermione casi ni piensan en estudiar. Es más, por momentos si no los vemos en alguna clase nos olvidamos de que son estudiantes. Prevalece, en cambio, la efervescencia amorosa propia de la adolescencia, muy bien dosificada con un humor levemente gestual, discreto, muy british.  Simultáneamente, en la trama más macabra se entrecruzan los complots para el inminente ascenso al poder de Lord Voldemort y el descubrimiento de los “horrocruxes”, singulares objetos que cobrarán mayor protagonismo en la próxima película.

Es indudable que la transposición de la novela de J.K. Rowling demandó la supresión de algunos pasajes, el más relevante es el que recrea la línea genealógica del villano. De todas maneras, habrá que ver qué sucede con esa información en el resto de la serie. Aquí, por lo menos, da lugar a una laguna en el guión. Un espacio vacío tal vez sólo identificable para quienes leyeron el libro. 

Con sólidas actuaciones del trío protagónico (además de un grupo de actores secundarios que reúne a reconocidos intérpretes como Michael Gambon, Maggie Smith, Jim Broadbent, Alan Rickman, entre otros) y efectos visuales que son mucho más que fuegos de artificio, la sexta película del joven mago es –lejos- una de las más entretenidas.