Un film efectivo y efectista

¿Quién quiere ser Millonario?

La nueva película de Danny Boyle (Trainspotting) irritará a más de un espectador, sobre todo aquel que no guste de las emociones fuertes, de las películas que ofrecen un arsenal de flagelos para su héroe pero que finalmente cambian de rumbo y parecen olvidar todo lo acontecido hasta entonces.

¿Quién quiere ser Millonario?
domingo 19 de abril de 2009
El film es un compendio de situaciones vividas por un joven de clase baja de la India que –en el presente del relato- participa del juego ¿Quién quiere ser millonario?, uno de esos programas de preguntas y respuestas presentes en todos los países del mundo. La película misma también le propone un especio lúdico al espectador, mediante cuatro opciones: el joven está a punto de ganar porque ha hecho trampa, tiene suerte, es un genio, o “está escrito”.Si aquellas cuatro propuestas ordenan –y por ende reducen- al universo ficcional, las situaciones por las que el joven pasa terminan esbozando una versión aún más simplificada de los males de los países pobres, a la manera de Babel. Boyle presenta una India caótica, marginal, excluyente, pero lo hace con un montaje frenético, bien propio de las grandes cadenas de televisión juvenil contemporáneas, deudor de una banda sonora que fusiona el pop con la música tradicional, como si se tratara de una larguísimo video clip. Esta elección estética pone en evidencia el interés por abordar lo local desde una mirada de alcance “hegemónico”.Si ¿Quién quiere ser Millonario? es una película –al menos- efectiva, lo es porque su trama simplificada se reduce a una historia de amor a la cual el destino pone en (casi) eterno paréntesis. El carisma de sus intérpretes, la identificación del Mal con personajes deleznables y bien reconocibles hoy por hoy, y la puesta en suspenso que implica la inclusión de los bloques del programa son motivos suficientes para que el realizador ponga todo su talento en función de lo que quiere contar.Pero allí está la otra cuestión: la película apela a un sistema de conmoción que opera por exceso: un niño que cae en un pozo de excrementos, torturas en plano detalle, personas quemadas vivas, y así podríamos seguir. A nada de eso le da la espalda la cámara. Del mundo que refleja el film, el realizador parece haber adoptado una máxima: todo vale. En la India y en este relato efectivo, sí, pero también efectista.
6.0
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