Crítica de "Música en espera": Sintonía de amor

La ópera prima de Hernán Goldfrid lo revela como un realizador atento a las reglas de la comedia en su vertiente más clásica.  "Música en espera" (2009) es un film transparente, aún cuando sus personajes principales transitan varios equívocos.  Se trata de una película de una sencilla pero sólida construcción, que encuentra en su elenco protagónico (en especial Diego Peretti) toda la versatilidad para estar siempre a tono.

Crítica de "Música en espera": Sintonía de amor
jueves 19 de marzo de 2009

Ezequiel (Peretti) es un compositor que espera un toque de inspiración para conformar a un director de cine pretencioso e insoportable (Rafael Spregelburd), cuyo propósito es encontrar una música “que sea recordada por todos” en una escena de su nuevo film. Se trata de un plano general que se va cerrando sobre una joven y bella mujer que llora, hasta culminar en un primer plano. Esa imagen –en apariencias de escaso valor- puede pensarse como una connotación hacia un cine snob, pretencioso, parodiado por el relato principal. Se trata, en efecto, de una suerte de declaración de principios sobre la misma película, que seguirá la senda de lo visible (hay varias escenas estilo slapstick) por sobre lo metafísico, lo cómico por sobre la densidad dramática, lo narrativo por sobre lo abstracto.

De forma casual, Ezequiel termina escuchando una música en espera en el conmutador del banco que está por rematar su casa. De inmediato comprende que esa música es la que necesita para resolver su problema de inspiración. Con mucho apremio se dirige hacia aquella oficina, a cargo de Paula (la bella Natalia Oreiro), cuya omnipresente madre (Norma Aleandro) está por llegar de visitas, poco antes de convertirse en abuela. Pero el asunto es que Paula le ha mentido: el padre que se dedicó a construir mentalmente la ha abandonado luego de enterarse del embarazo. La llegada de Ezequiel en el instante que su madre ingresa a la oficina será el momento indicado para pedirle que la ayude haciéndose pasar por el padre ausente.

Toda la película se articula sobre la base de la simulación, algo que Goldfrid debe haber admirado cuando era asistente de Los simuladores. De su trabajo con Damián Szifrón también es visible el uso de un elaborado tratamiento de la banda sonora, que señala los apuntes cómicos como si se trataran de las onomatopeyas de una historieta, o el aprovechamiento de cada personaje secundario para generar más tensiones entre la pareja protagónica, feliz (y románticamente) resueltas hacia el final del metraje.

Música en espera es una comedia hecha y derecha, con una sólida construcción de sus personajes. No innova en ningún terreno, pero cada ficha está colocada con rigor. De forma trasversal, el final puede pensarse como un ejercicio aproximativo dentro del mundo del cine, en donde un poco de sonido y un poco de imagen, hilvanados por el sentido, terminan conformando un todo. Ah, claro está, con la inspiración a flor de piel.

8.0
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